Como ya hemos comentado en alguna ocasión nos gusta
hablar de la relevancia de los valores histórico-artísticos del patrimonio
monumental de la ciudad, pero también de valores culturales menos reconocidos
asociados a otras categorías patrimoniales como la documental, la industrial o
técnica de algunos de estos espacios. Lo hicimos con el Laboratorio Municipal
de Sevilla y volvemos a ello con el Hospital de La Caridad, edificio singular
por su arquitectura y patrimonio mueble, pero también por el papel desarrollado
en la atención a los enfermos desvalidos, la asistencia espiritual y sepultura
de los condenados a muerte o el auxilio a los ahogados.
En nuestro blog Viviendo Ríos dedicamos la entrada
de ayer a los Buzos o maestros del agua, personal que en tiempos de verano
cumplían con la vigilancia y salvamento de los bañistas del Guadalquivir en
Sevilla. Este oficio se creó a raíz de la instrucción presentada en 1773 un día
como el de ayer, 17 de julio, por la Sociedad Literaria de Sevilla sobre el
modo y medios de socorrer a los que se ahogaren, o hallaren en peligro en el
río de Sevilla.
Comprometida con el desarrollo ilustrado de la
ciudad y como remedio a la problemática recurrente de los ahogamientos en
verano, la Sociedad presentó al ayuntamiento hispalense una propuesta dirigida
al socorro y salvamento de los bañistas, incluyendo la delimitación de zonas de
baño mediante estacadas y señales con la debida separación de ambos sexos; y la
creación de un cuerpo veraniego formado por personas hábiles y prontas, que por
su oficio y en fuerza de su obligación, sacaran del río a los accidentados y
otras que acudieran con diligencia aplicarle los remedios oportunos.
Presentadas las instrucciones de los Buzos o Maestros del agua, hoy presentamos las dirigidas al personal que continuaría la labor asistencial al ahogado, como
los enfermeros del Hospital de la Caridad, médicos y cirujanos.
Instrucción
para los Enfermeros y demás Sirvientes del Hospital
Por su situación estratégica frente al río
Guadalquivir el Hospital de la Caridad de Sevilla aparece en el documento como
el abrigo necesario para que en tierra el ahogado recibiera los remedios
oportunos. Para tal fin el Hospital debía reservar un cuarto con la dotación
correspondiente de máquinas, instrumentos y remedios, así como el personal
adecuado bajo el mando y la instrucción de un Superior presente siempre en la
Casa para estos lances. Dos enfermeros tenían la tarea de responder a la voz de
alarma de los Buzos o las campanas habilitadas en la Barqueta y en Almacén de
Segura y partir con camilla a recoger a la víctima; otros tantos salían a buscar
al Medico y el Cirujano designados para el caso, mientras que los dos restantes
quedaban en el Hospital previniendo cama, máquinas y remedios.
El personal a cargo del auxilio acuático contaba con
seis sirvientes. A la voz de alarma dos salían con un féretro cubierto de tumba alta, con un
colchón, cuatro sábanas y mantas de bastante abrigo. Cuando el ahogado era
traído a tierra, se le debía enjuagar muy bien todo el cuerpo y cabeza con las
dos sabanas y envolverlo con otra y con las cuatro mantas para conducirlo al
Hospital (Artículo I). A la vez que el Superior mandaba a los subalternos a por
el cuerpo, despachaba otros dos a buscar al Médico y Cirujano nombrados, o en
el caso de no encontrarlos, a otros que según su pericia y celo debían prestar
socorro de acuerdo con sus correspondientes instrucciones (II).
El aposento o cuadra dedicado al ahogado en el
Hospital debía contar con un tonel grande con ceniza fuerte de lentisco, encina
o retama; una caldera grande y sus trébedes; las cuatro sabanas y mantas comentadas;
dos copas de madera y yeso de altura proporcionada para poner debajo de un
catre fuerte; una máquina fumigatoria y una frasquera con los espíritus correspondientes
(III).
Mientras que unos y otros traían el ahogado, médico
y cirujano, los dos restantes debían calentar en la caldera las cenizas, tender
el catre y cubrirlo con ellas hasta una altura de cinco o seis pulgadas. Debajo
del catre las dos copas encendidas con carbón tenían la función de conservar
bien calientes las cenizas para cuando llegara el enfermo, teniendo en cuenta
de no encender el carbón de la candela dentro del aposento por ser ésto muy
dañoso. En el cuarto debía contar también con una Máquina insuflatoria y un
atado de Cigarros Habanos Fuertes (IV).
Estando todo en punto, el cuerpo del ahogado se
debía colocar en el catre sobre las cenizas, siempre de lado y nunca boca
arriba, echando más cenizas de las que habrían quedado en la caldera, y
cuidando que las copas calentaran el cuerpo de arriba abajo. Para evitar
desordenes que en tales lances produce la imprudencia curiosa del Pueblo, se
debía prohibir la entrada al aposento de persona alguna impertinente al caso
(V).
Instrucción
para los Médicos y Cirujanos
La primera tarea debía ser la introducción en la
boca la Máquina o tubo insuflatorio y que un hombre robusto se aplicará a
soplar aire en los pulmones con todas su fuerzas. La máquina no era otra cosa
que un soplete con una plancha y una tenaza para cerrar las narices del
paciente, pero en caso de no disponer de ella podía sustituirse por cualquier
cañón de madera, caña, metal, vaina de cuchillo, espadín, etc., teniendo cuidado
que el aire del soplete no saliera por la boca o la nariz. Era esto de insuflar
aire remedio que por sí solo restituía muchos ahogados (Artículo I).
Junto con la inspiración de aire se debía poner en
uso la Máquina fumigatoria, algo así como una pipa de fumar tabaco, de la que
se servían los facultativos para echar clisteres de tabaco en los partos
difíciles y pasiones iliacas. Se debía introducir la cánula por el orificio
posterior y, lleno el hornillo de tabaco encendido, soplar introduciendo el
humo en los intestinos. En su defecto se podían usar dos pipas de las comunes unidas
por las bocas de sus hornillos, una se aplicaba al sitio del ahogado y la otra
se soplaba causando el mismo efecto, aunque con una sola se podía lograr la
restitución del ahogado (II).
La cama de cenizas caliente se tenía como medio más
eficaz para calentar al ahogado y dar movimiento a la sangre, aunque se podían
utilizar otros socorros como la sal caliente, el estiércol o simplemente el
acercar el enfermo al fuego. Por contra, se consideraba inútil meter al victima
en un tonel y hacerlos rodar o colgarlos de los pies con el objeto de expulsaran
agua, pues se consideraba que ninguno se ahogaba por tragar agua, pues no
siempre se encontraba agua en el estomago, y en su caso era poca cosa incapaz
de matar a nadie (III).
Estos primeros auxilios debían practicarse lo antes
posible (IV) pero si no había señas de que el paciente volviera se debía
proceder al sangrado de las venas yugulares, sacando doce onzas, por ser este
tipo de sangría más eficaz que la del pie o el brazo. Tras el sangrado se debía
arrimar a la nariz una pluma impregnada de algunos espíritus estimulantes como
la sal de amoniaco, y hollín bien saturado e ingratos, incluso introducir por
medio de un caños polvos estornutatorios. Para tal fin se debía disponer de
suficiente repuesto de estos materiales en su caja o frasquera (V).
También eran aconsejables las friegas hechas con
bayetas o lienzos ásperos calientes empapados en espíritu (destilado) de vino
alcanforado y saturado de sal amoniaco. Las friegas se debían de ejecutar sobre
el espinazo y pecho por largo rato en el caso de haberse hecho pronto la cama
de cenizas o no haber ésta alcanzado a calentar el cuerpo. Como alternativa a estas
friegas se podían utilizar sobre el corazón y el estómago cabezales o tostadas
empapadas en Agua de la Reina de Hungría y Elixir de la vida (VI).
Los prácticos debían de insistir en la ejecución de
estos remedios durante cuatro o cinco horas de forma porfiada y constante
puesto que los que se habían restituido no daban señales de vida hasta después de
dos o tres horas. Eran muestras de vuelta del ahogado el tragar saliva, el
pulso del corazón, un suspiro, el movimiento o la excreción por alguna vía. Sin
embargo, aun cuando esto sucediera, no se debía de dar por seguro, puesto que muchos
ahogados morían en estos primeros movimientos. Cuando se hacía juicio de que el
paciente podía tragar se le debía dar en el espacio de una hora cinco
cucharadas de Oximiel Esquelético disuelto en agua tibia o en su lugar algunos
granos de tartrato emético en tal dosis que no excitará vómito; alguna
cucharada del espíritu de vino alcanforado, sal amoniaco, o algunas gotas del
agua carmelitana en cocimiento del té. Pero antes de dar de beber cosa alguna
se debía ver que el paciente podía tragar, pues de lo contrario se aumentaría
el sofoco (VII). Pasado tiempo suficiente sin la reanimación del ahogado se
podía hacer una broncotomía y proceder a las inspiraciones del aire con las
mismas cautelas de la insuflación bucal (VIII).
Aunque pasadas muchas horas se consideraba imposible
la restitución del ahogado, se debía intentar estos auxilios, incluso cuando el
cuerpo se presentara amoratado, el pecho levantado o hinchado, a no ser que
hubiera otras señales más positivas de muerte (IX) y en consecuencia proceder a
su absolución y la administración de la Extremaunción conforme a las doctrinas
teológicas (XI). Si restituido el enfermo, le quedaba opresión en el pecho,
tos o calentura, se debía de sangrar el brazo, tenerlo a a dieta tenue administrarle
Ptyfana de Cebada, Orozuz, Chicoria, u
otros remedios blandamente discucientes
(XI).
Los medicamentos y demás utensilios susodichos debían
de estar en la sala con la reposición, aseo y decencia regular a cargo del
Superior comisionado del Hospital, para tenerlos pronto y de uso en cualquiera
ocurrencia. Medico y cirujano debían ser nombrados cada año, aunque la Sociedad
proponía en su instrucción a D. Bonifacio Lorite y a Don Juan Mantony Atony como
médico y cirujano respectivamente (XII).
Uno
que en sus tiempos mozos fue socorrista titulado y tuvo que enfrentarse a esto
de los primeros auxilios del ahogado se sorprende al día de hoy del alcance y
contenidos de esta instrucción. Pero en el contexto de su época, la propuesta
de la Sociedad fue considerada pionera e innovadora. Cuestiones como el masaje
cardiaco o la respiración boca a boca, como medidas básicas de reanimación
cardiopulmonar, tardarían en aplicarse. De las incluidas en la instrucción prácticas
como el encamado de cenizas y sal calientes, así como algunas de las friegas y
remedios a base de espíritus (destilados) de vino, sales y aguas milagrosas, han
llegado a nuestro días como terapia y botica alternativa, siendo posible
recibir tramientos similares en algunos balnearios y encontrar recetas y ofertas
de las aguas de la Reina de Hungría y Carmelitana.
+INFO