viernes, 4 de octubre de 2019

La España vacía. Algunas reflexiones desde el patrimonio



En esta España vacía de pueblos expósitos de gente y futuro, hoy no faltarán discursos ni actos llenos de buenas intenciones. Las puertas de las instituciones se llenaran de trajes oscuros, camisas blancas y corbatas, de atriles para pregones de pueblo repletos de soluciones y esperanzas. Mientras, en la calle, llena también, de alpargatas y sombreros de paja, marchará gente de pueblo repleta de desesperanza, cansada de palabras y proclamas de lo rural como paraíso de la Arcadia urbana.



No faltarán alusiones al patrimonio como recurso o activo sociocultural del territorio que como arca de Noé vendrá a salvar al campo del diluvio universal. Por desgracia, no llueve tanto ni de forma cómo la gente de lo rural quisiera para salvar cosechas, casas y futuro. Tampoco el Patrimonio es ese barco salvavidas, ni el turismo marinero intrépido que, como Popeye harto de espinacas de la huerta, reparta mamporros a diestro y siniestro y nos rescate.



El patrimonio rural, el de nuestros pueblos y su gente, no es ese barco divino, ni salvavidas al que todo el mundo se agarra con el agua al cuello. Antes de la tormenta hay que construir el barco, y con la suficiente cabeza, madera y herramientas para prevenir el naufragio, a ser posible, antes de que llueva.



Ni el monumento, sea castillo, ermita, iglesia colegiata o catedral de la campiña o la sierra; ni el mercado medieval, la romería ni la semana santa, como imagen simplificada de lo material y lo inmaterial del patrimonio, son, por sí solos, motores de desarrollo, ni salvaguarda de un pueblo. El patrimonio, tangible o no, es identidad de lo propio y propios de un espacio que ocupado a lo largo del tiempo se hace territorio y una vez contemplado por unos u otros, paisaje del vivir cotidiano de unos, o paisaje de postal y recuerdo de otros.



Es hora de pensar, ver y sobre todo hacer el patrimonio rural de otra manera. Pensemos el patrimonio como parte del todo territorial, veamos más allá del monumento histórico-artístico y la fiesta, y pongámonos manos a la obra en esos otros edificios fuera de registro, abandonados y ruina. Abandonemos la idea del patrimonio como algo heredado y ruinoso costoso de mantener y superfluo, y lastre para las arcas locales, e incompatible con la modernidad, la innovación y el emprendimiento. Hagamos del valor identidad o potencial económico del patrimonio factor de diferenciación de productos y empresas locales, sean turísticas, agroalimentarias, o industriales, y pata indispensable, como la social, la ambiental y la económica, de esa mesa que llamamos desarrollo sostenible, inestable y coja sin la cultura.



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