En esta España vacía de pueblos expósitos de gente y
futuro, hoy no faltarán discursos ni actos llenos de buenas intenciones. Las
puertas de las instituciones se llenaran de trajes oscuros, camisas blancas y
corbatas, de atriles para pregones de pueblo repletos de soluciones y
esperanzas. Mientras, en la calle, llena también, de alpargatas y sombreros de
paja, marchará gente de pueblo repleta de desesperanza, cansada de palabras y
proclamas de lo rural como paraíso de la Arcadia urbana.
No faltarán alusiones al patrimonio como recurso o
activo sociocultural del territorio que como arca de Noé vendrá a salvar al
campo del diluvio universal. Por desgracia, no llueve tanto ni de forma cómo la
gente de lo rural quisiera para salvar cosechas, casas y futuro. Tampoco el
Patrimonio es ese barco salvavidas, ni el turismo marinero intrépido que, como
Popeye harto de espinacas de la huerta, reparta mamporros a diestro y siniestro
y nos rescate.
El patrimonio rural, el de nuestros pueblos y su
gente, no es ese barco divino, ni salvavidas al que todo el mundo se agarra con
el agua al cuello. Antes de la tormenta hay que construir el barco, y con la
suficiente cabeza, madera y herramientas para prevenir el naufragio, a ser posible,
antes de que llueva.
Ni el monumento, sea castillo, ermita, iglesia
colegiata o catedral de la campiña o la sierra; ni el mercado medieval, la
romería ni la semana santa, como imagen simplificada de lo material y lo
inmaterial del patrimonio, son, por sí solos, motores de desarrollo, ni
salvaguarda de un pueblo. El patrimonio, tangible o no, es identidad de lo
propio y propios de un espacio que ocupado a lo largo del tiempo se hace
territorio y una vez contemplado por unos u otros, paisaje del vivir cotidiano
de unos, o paisaje de postal y recuerdo de otros.
Es hora de pensar, ver y sobre todo hacer el
patrimonio rural de otra manera. Pensemos el patrimonio como parte del todo
territorial, veamos más allá del monumento histórico-artístico y la fiesta, y
pongámonos manos a la obra en esos otros edificios fuera de registro,
abandonados y ruina. Abandonemos la idea del patrimonio como algo heredado y
ruinoso costoso de mantener y superfluo, y lastre para las arcas locales, e
incompatible con la modernidad, la innovación y el emprendimiento. Hagamos del valor identidad o potencial económico del patrimonio factor de diferenciación
de productos y empresas locales, sean turísticas, agroalimentarias, o
industriales, y pata indispensable, como la social, la ambiental y la económica,
de esa mesa que llamamos desarrollo sostenible, inestable y coja sin la cultura.
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