jueves, 10 de octubre de 2019

Pagar o no pagar ¿es ésta la cuestión?


Que hablen de uno es importante. Que el Patrimonio sea protagonista de los medios de comunicación e incluso de las tertulias de café o caña de mañana o tarde, es, todavía más importante, pues no hay nada peor para el Patrimonio no que hablen mal (o bien) de él, sino que no hablen.



Las denuncias de derribo de otro inmueble regionalista o de la retahíla de Ecce Homos repintados, más allá de lo grotesco y desafortunado, acercan el patrimonio al común de los comunes. Que se hable de los dimes y diretes entre partidos de lo que se hizo o se dejó de hacer con relación al patrimonio arquitectónico y el urbanismo, en el peor de los casos, da a conocer la importancia patrimonial de ese viejo edificio de barrio a sus vecinos. Que la España vacía o vaciada esté llena de Cecilias que reparan como pueden el patrimonio mueble de parroquias y ermitas olvidadas de las instituciones, aparte de situar en el mapa a la correspondiente localidad, sea Borja (Zaragoza) o cualquier otro pueblo expósito de gente y futuro [1], pone la atención sobre la problemática de la salvaguarda del patrimonio más allá del monumento o retablo de los centros históricos y catedrales de la gran ciudad.



En estos últimos días, desde que la Consejera de Cultura y Patrimonio Histórico anunció una propuesta de actualizar los precios del uso público y privado de museos y otros elementos del patrimonio andaluz, cuestiones como el acceso gratuito a la cultura, o la precariedad del presupuesto para su conservación han llamado la atención de los medios y la calle. Las páginas de los diarios, las redes sociales y el espacio radiofónico de participación ciudadana amanecieron al día siguiente de su anuncio repletos de respuestas de todo tipo en uno u otro sentido, incluyendo el yo ya pago con mis impuestos hasta que page quien los use, pasando por y yo más contento que pagaría no tres sino diezLa cuestión tomó tal relevancia que incluso en la presentación de las Jornadas Europeas de Patrimonio el pasado martes, la consejera tuvo que responder ante la prensa más de precio que de programa.



Sea como y cual sea el debate, bienvenido sea. Toca ahora ver si pagar o no pagar, pero ¿es realmente ésta la cuestión? ¿Acaso no sería de necios confundir valor y precio como decía Machado y antes Quevedo?



Los manuales de economía nos dicen que el precio es lo que se paga y el valor lo que se recibe. El precio de un producto o servicio es volátil y está sujeto a cuestiones de oferta y demanda que un mercado determina. El valor es más estable, sólido y cuestión subjetiva de expectativas o beneficios esperadas u obtenidos del que paga. Tanto es así con relación al patrimonio que cuando tratamos de establecer su valor recurrimos no tanto a cuestiones de precio y mercado como a la disposición a pagar por mantenerlo, independientemente de su uso o no uso por un determinado colectivo, sean turistas, residentes o expertos.



Hablar de precio sin hacer referencia a otras cuestiones del marketing tradicional (4P, precio, producto, promoción y plaza) o del valor de uso sin tener en cuenta el valor identidad o identirario, externalidades y costes de oportunidad, entre otras cuestiones, es complejo, pero sobre todo arriesgado [2].



Dejando para otro momento las cuestiones del aquilatamiento patrimonial, hablemos, aunque sea a modo general e introducción, de marketing o mercadotecnia, en este caso, de museos y monumentos como servicios o experiencias culturales desde el patrimonio.



Todo negocio, público o privado, con o sin ánimo de lucro, debe tener un plan o modelo que más allá del precio como objetivo y principio, incluya otras cuestiones clave con relación al cliente, el producto o servicio que se le presta, su promoción y distribución (comercialización). Hablar de precios sin mencionar estas cuestiones es tanto así como empezar la casa por el tejado.



Cuando hablamos de clientes lo hacemos de visitantes o usuarios que están dispuestos a pagar no tanto por el precio que pagan en otros museos o monumentos sino por la experiencia, trato o servicios recibidos. No vale establecer el precio como media o referencia de lo que se paga fuera, en este caso, de Andalucía, sin antes valorar tanto la correspondiente colección museográfica o monumentalidad del monumento como la forma en la que dichos valores se transmiten al visitante. Entran así otros aspectos de la gestión del patrimonio como la interpretación o didáctica museográfica o patrimonial; la adecuación de espacios accesorios como una zona de aparcamientos, una tienda o un simple kiosco o cafetería para hacer una pausa; la calidad paisajística de su entorno y facilidad de acceso; cuestiones, quizás más relacionadas con lo turístico y lo estructural, pero tan importantes como contar con la mayor pinacoteca de este u aquel artista o época.



La financiación de museos y monumentos pasa por algo más que fijar un precio y por tanto el debate o la reflexión deberían ir más allá del cuánto y quién y entrar en el porqué y cómoDel porqué ya hemos apuntado algo, del cómo, en próximas entradas hablaremos de otras vías de financiación del patrimonio como el mecenazgo y el patrocinio, pero sobre todo de experiencias que demuestran que hablar de nuevos modelos de gestión integrada del patrimonio es algo más que un discurso al uso.



Imágenes: Un día cualquiera en el Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla

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